Primeros días.

Ya ha pasado casi una semana  desde que llegamos aquí y aún no había juntado tiempo suficiente para escribir nada sobre los primeros días.

En primer lugar la residencia. Comparto cocina y baños con otras 5 personas: Sven (Alemania), Elisa (Italia), Felipe (Brasil), Nicolás (Francia) y otro que no se ha dignado a aparecer aún. O eso o no lo conozco. Todos hablan alemán, al menos lo intentan. Yo no me creo capaz ni de intentarlo por el momento, espero que el curso que he empezado hoy me ayude a ello. De momento, la cocina es el lugar de encuentro y, por lo tanto, parece la puñetera torre de Babel. Mi habitación es pequeña, cama, pileta, escritorio, armario y estantería. Cuando tenga algo de vida propia, ya subiré fotos. De todas formas, no me vendrían mal ideas para que no parezca el zulo que es ahora mismo.

La ciudad me sigue dejando aquella agradable impresión que ya me había llevado en julio. Para vivir es extremadamente cómoda, tanto por el transporte (algún día os contaré mi divertida anécdota de cuando fui arrollado por un tranvía a toda leche y sobreviví) como por el ambiente que se respira. Eso sí, cada día que pasa se hace más urgente hacerse con una bicicleta. Quizás esta semana, entre deberes del curso de alemán y papeleo vario me acerque a por una.

Aprovechando que para el papeleo me debe ayudar una buddy local y esta no responde a mis mails, decidí tomarme la primera semana de vacaciones para enseñarle a Isa aquellas cosas que, creo, merece la pena conocer de la zona. Heidelberg, Baden-Baden, Stuttgart y Friburgo fueron honrados con nuestra visita y las migas que sobraron de los sandwiches que comimos durante las excursiones. Lo único nuevo así que conocí fue un lago a mil nosecuantos metros de altura en la Selva Negra y donde hacía un frío que daba gusto sentirlo. En septiembre. Y a las 4 de la tarde. Tremendo.

Poco más. Hoy ha empezado el curso intensivo de alemán a ritmo de 5 horas al día. Mejoraré, ya lo creo que sí.

Hacía frío, de verdad que sí.